De la locura al sentido: viaje inesperado

Estrenar el Blog de mi página web de Psicología hablando acerca de la enorme capacidad adaptativa que tenemos las personas me parece, cuanto menos, una labor necesaria. Y con adaptación tenemos que entender que no siempre nos referimos a cambios deseables o saludables, ya que este proceso también engloba cambios perjudiciales para nuestra salud.

Para ello, comenzaré haciendo referencia al concepto de alostasis, que amplía al de homeostasis (tendencia de nuestro organismo a mantener el equilibrio interno). La alostasis va un paso más allá  y describe la capacidad que tiene el cuerpo humano para ajustar sus sistemas internos para que mantengan el equilibrio en un ambiente naturalmente en continuo cambio. Esto se debe a que en nuestro organismo, al interaccionar con nuestro ambiente, se producen infinitud de cambios en respuesta al mismo. Es nuestro propio cuerpo el que, a través de sus numerosos y sofisticados sistemas biológicos, se encarga de regularse para que en esta interacción persona-ambiente sus parámetros vitales (saturación de oxígeno en sangre, presión arterial, actividad del sistema inmunológico contra agentes patógenos y un largo etc.) se mantengan en unos rangos que permitan la vida en nuestro interior. 

Es decir, la alostasis permite la vida. 

Nótese que lo anterior implica considerar que el ambiente de una persona tiene el poder de «cambiarla por dentro».

Y… ¿Qué tiene que ver la alostasis con la locura y mucho menos, el sentido? Realmente mucho. Para explicar esta importante conexión me apoyaré en otro concepto: el de sobrecarga alostáticaLa sobrecarga alostática describe situaciones en las que las demandas del ambiente desbordan o superan la capacidad del organismo de mantener su equilibrio internoEsto es, describe una situación en la que un organismo se desregula porque su medio es tan demandante (amenazante, incierto, cambiante, peligroso, exigente, etc.) que excede su capacidad de mantenerse en equilibrio. 

Nuestro sistema endocrino, por ejemplo, secreta insulina para posibilitar que la glucosa contenida en los alimentos que ingerimos penetre a nuestros tejidos. Si exponemos a éstos a una carga excesiva de glucosa (mayor de la que nuestro sistema endocrino es capaz de procesar) de forma prolongada en el tiempo nuestro cuerpo pierde gradualmente la capacidad de metabolizarla o asimilarla. Cada vez costará más que la glucosa penetre y nutra a nuestros tejidos y por ello permanecerá más tiempo del deseado en el torrente sanguíneo, algo conocidamente desfavorable para la salud. Tenemos aquí un ejemplo de cómo lo de fuera puede generar una adaptación (cambio indeseable) en lo de dentro a causa de una sobrecarga alostática. A esta adaptación se la conoce como Diabetes tipo 2.

Algo parecido pasa con nuestra presión arterial y la exposición excesiva y repetida al estrés, por no extendernos demasiado en la búsqueda de ejemplos. 

Entendiendo la mente como el producto de un sistema biológico, al cual conocemos como Sistema Nervioso, orquestado principalmente por sus componentes centrales (Cerebro/Encéfalo y Médula espinal): 

¿Suponemos que también podría este sistema fallar cuando se le expone de forma repetitiva y/o demasiado intensiva a condiciones desfavorables?

¿Podría este sistema desregularse cuando se lo somete a una sobrecarga alostática, al igual que le sucede a muchos de los otros sistemas biológicos?

La investigación científica tiene argumentos cada vez más sólidos que indican que nuestro funcionamiento mental-psicológico se ve comprometido cuando nos exponemos a condiciones vitales, sociales e interpersonales tóxicas. El auge de los problemas de salud mental parece estar causado en gran parte por el hecho de que nuestras vidas cada vez están más impregnadas de desconexión, aislamiento, alienación, desprotección social, individualismo, competitividad, materialismo, artificialidad, estrés e incertidumbre. Por tanto, lo que coloquialmente hemos etiquetado de locura parece reflejar la falla de un aparato mental agotado y distorsionado por la realidad que percibe.

Pero hay más. El malestar psicológico que puede derivar de la sobrecarga alostática a la que podemos vernos expuestos no sólo parece tener un por qué, sino que también puede tener un para qué.

La función principal de nuestro Sistema Nervioso es la de mantenernos vivos, seguros y en conexión con otras personas, aunque sea a expensas de nuestro bienestar y de nuestra propia salud. Cuando este sistema se sobrecarga las respuestas que da para cumplir con sus principales cometidos dejan de ser eficientes y empiezan a interferir y dificultar que los otros sistemas funcionen correctamente, obstaculizándonos que podamos atender satisfacer otras necesidades.

Teniendo en cuenta el concepto de sobrecarga alostática y la función básica del Sistema Nervioso:

¿Podría nuestra mente intentar controlar de forma disfuncional/molesta algunos aspectos de nuestra vida, como la limpieza de nuestro entorno o nuestra ingesta de calorías, o refugiarse en rituales obsesivo-compulsivos que producen alivio a corto plazo cuando percibe que no tiene margen de elección o control en ninguna otra dimensión vital? 

¿Podría nuestra mente intentar protegernos desconectándonos de nuestras emociones, sentimientos y sensaciones o, yendo un poco más allá, crear realidades alternativas (a las que solemos denominar como psicóticas) cuando lo que vivimos se vuelve insoportable?

¿Pueden las adicciones, con o sin sustancia, ayudarnos a calmar el vacío que puede generar en nosotros una sensación de profunda soledad o inadecuación?

¿Quizás la depresión supone el agotamiento de una persona que se siente sometida o forzada a no ser ella misma?

¿Es la ansiedad el indicativo que nuestro cuerpo, fatigado y descuidado en nuestro frenesí diario, ha perdido la capacidad para calmarse ante los desafíos que nos pone la vida a diario?

 

El sufrimiento psicológico con frecuencia tiene un gran impacto sobre el resto de la salud de la persona. Que tenga sentido (causa y función) no implica que no sea molesto y/o dañino. 

Por ello es muy importante entenderlo en su totalidad. Más aún, atenderlo.  

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